martes, 27 de diciembre de 2016

Más que importantes, los empleados son indispensables.


En los últimos años las empresas efectivas han volcado una buena parte de sus recursos (humanos, financieros y materiales) en perfeccionar su CX (Customer Experience) o al menos buscar que sea palpable dicha experiencia de cliente como la conocemos en nuestro idioma. Para conseguirlo la instrucción hacia el vendedor y a cualquiera que tenga contacto con un cliente es determinante: tratarlo como a un rey.

Para conseguir que la experiencia de cliente sea la adecuada, no basta con innovar aunque éste es un ingrediente fundamental. En nuestra Era Tecnológica, las máquinas y los programas pueden hacer mucho del trabajo repetitivo y pesado pero la mejor experiencia se obtiene cuando interactúan dos personas. Confío en que para algunas necesidades de servicio todavía durante un tiempo (espero que sea largo) las personas preferiremos sostener una breve y amable plática telefónica con un ser humano del otro lado de la línea, que estar eligiendo números de un interminable e inteligible menú de opciones.  

Hoy el empresario ya se preocupa por tratar a sus clientes como personas pero también debe (y conste que este verbo es correcto) entender y aceptar que sus empleados también los son y por lo tanto, merecen un trato no similar sino idéntico. Y si reflexionamos un poco y nos preguntamos ¿cómo tratamos a nuestros empleados? ¿qué hacemos realmente por ellos además de pagarles un salario (por cierto, obligatorio) o de ofrecerles cada año (no cada mes) un posada con algunos regalos?

En pleno siglo XXI, me toca colaborar con empresarios que aún les gritan a sus trabajadores. También puedo presenciar que cuando alguno de estos empleados se arma de valor y sugiere una nueva forma de trabajar u opina sobre lo que se hace mal en la empresa, recibe a cambio una desafortunada reprimenda al estilo de “te pago para que trabajes, no para que pienses”. Muy motivador ¿verdad?

Y hablando de motivación ¿cuál es el nivel de compromiso de tus empleados? Es muy usual (y curioso) que en empresas como la mencionada (“no te pago para que pienses”), el dueño se pregunte: “¿Por qué mis trabajadores no se ‘ponen la camiseta’?”. Aunque su percepción del compromiso está distorsionada. Él considera que cumple con su parte al pagar puntualmente el salario de sus empleados y esto es suficiente para que ellos estén completa e incondicionalmente comprometidos, aunque los trabajadores no piensan igual.

La firma Temkin Group realizó una interesante encuesta para medir el nivel de compromiso de 5 mil empleados concluyendo entre otros aspectos que en las empresas estudiadas con buenos resultados financieros, el 77% de los trabajadores tenían un nivel de compromiso alto o moderado, en comparación con el 49% existente en empresas con resultados financieros menos buenos.

Otro dato. Comparándose con empleados no comprometidos, los empleados altamente comprometidos son cuatro veces más propensos a recomendar productos y servicios de su propia compañía y dispuestos hacer algo bueno por ella sin que se les pida. Son 2.5 veces más propensos a permanecer en el trabajo hasta tarde si algo se necesita realizar después de la jornada laboral normal y siete veces más propensos a recomendarle a un amigo o familiar que solicite un empleo en la misma empresa.


Me parece que definitivamente contar con empleados comprometidos en la actualidad vale la pena si, como afirma la agencia Gallup, “un asombroso 87% de los empleados en todo el mundo no están comprometidos. Muchas empresas están experimentando una crisis de compromiso y no son conscientes de ello”. Entonces los empresarios debemos (nuevamente el mismo y correcto verbo) actuar en consecuencia y trabajar intensamente por lograr que nuestros colaboradores se sientan parte de una familia a la que aprecian. Y si aprecias este post, déjame un comentario.

viernes, 23 de diciembre de 2016

¿Crecer o morir? No existe tal dilema.

Para que nuestra actividad empresarial resulte efectiva, es necesario trabajar de forma disciplinada, consistente y constante (¿existe acaso otra manera de trabajar?). Mi afirmación es bastante obvia pero en la realidad cotidiana se practica muy pocas veces. La mayoría de las empresas trabajan en sentido contrario: sin disciplina, sin consistencia, sin constancia. Y prueba de ello es la tasa de mortalidad empresarial que oscila entre el 70 y el 85 por ciento a nivel mundial.

En palabras sencillas, son más las empresas que mueren que las que sobreviven pero no es como para ponernos melancólicos y tristes (claro, mientras no sea nuestra propia empresa la que muera ¿verdad?), la cifra es solo de promedio. Existen empresas verdaderamente longevas como la Kongō Gumi Co., Ltd., dedicada a las construcciones fundada en el año 578 y que se declaró en bancarrota en 2006 tras permanecer activa por 1,428 años.

Tenemos otro ejemplo de longevidad con el hotel Hoshi Ryokan fundado en el año 718 y sigue activo después de 1,288 años (figura en el Libro Guinness de los récords). Los tiempos cambian y las empresas también. Hoy el promedio de vida empresarial varía según la región del mundo que se trate. La empresas latinoamericanas viven una media de 12 años, las españolas 11.69 y las mexicanas 7.7 años, aunque debemos tomar en cuenta que también las condiciones del entorno cambian.

En 1920 las empresas que cotizaban en el Índice S&P 500 (Standard and Poor’s 500 Index) vivían en promedio 67 años, hoy viven 15 aunque hay quienes afirman que son solo 10 años. Si tomamos en cuenta las conclusiones publicadas por la Real Sociedad de Londres, el hecho de que una empresa desaparezca no es necesariamente negativo porque podría deberse a que la empresa se transforma en otra empresa o pasa a formar parte de una más grande. Esta gran velocidad con la que desaparecen las empresas, vaticina que en el 2027 solo quedará el 25% de las empresas del Índice S&P 500. Pero insisto, no debe ser tema de preocupación sino de reflexión primero, y de acción después.

Entonces ¿el camino para las empresas debería ser el crecimiento? ¿Convertirlas en grandes corporaciones para que logren sobrevivir el paso del tiempo? Esta es una alternativa que tiene dos modelos a seguir: el modelo occidental que busca el crecimiento permanente de las empresas a costa de su independencia (fusiones, adquisiciones) y el modelo oriental que evita a toda costa el crecimiento para conservar la propiedad de la empresa con la familia original.

Precisamente las empresas longevas antes mencionadas (Kongō Gumi y Hoshi Ryokan) son de origen japonés y pertenecientes prácticamente a una sola familia a lo largo de su historia. ¿Cómo lo han logrado? Una buena explicación la proporciona el profesor Makoto Kanda de la Universidad Meiji Gakuin: "Las compañías japonesas han podido sobrevivir durante tanto tiempo porque son pequeñas, sobre todo familiares, y porque se enfocan en el principio o credo de que no están vinculadas exclusivamente a obtener ganancias".

Y esto nos habla del estilo occidental que persigue ante todos la obtención de ganancias a corto plazo, la rentabilidad, lo que a su vez permite un crecimiento permanente y sostenido a lo largo del tiempo. Una de las empresas consultoras con mayor prestigio a nivel mundial, McKinsey  nos proporciona su metodología de “Los tres horizontes de crecimiento” muy útil en tiempos de incertidumbre ya que en palabras de la propia firma de trata de un modelo “para equilibrar la atención (de Dirección) y las inversiones en el rendimiento actual y las oportunidades de crecimiento (futuro)”. Y dame la oportunidad de recibir tus comentarios.  

martes, 20 de diciembre de 2016

En México ¿somos o no somos emprendedores?


De acuerdo con el GEM (Global Entrepreneurship Monitor), sí lo somos, específicamente afirma que tenemos un creciente nivel de actividad emprendedora. Bien por nosotros ¿verdad? Solo que antes de echar las campanas al vuelo es importante revisar con mayor detenimiento los distintos aspectos que abarca esta actividad emprendedora y sobre todo en qué condiciones se está emprendiendo en nuestro país, para que podamos valorar en su justa dimensión los esfuerzos emprendedores.

Desde su nacimiento en 1999, el GEM estudia el emprendimiento desde una perspectiva integral y publica un reporte anual muy detallado con sus conclusiones. En futuras publicaciones podremos analizar algunas perspectivas específicas que contiene este reporte sobre el emprendimiento mexicano, regional (entendiendo región como Latinoamérica) y mundial.

¿Cómo se define a un emprendedor? A lo largo de los últimos 80 años, podríamos encontrar numerosos autores y amplios trabajos que exponen su propia concepción de un emprendedor por lo que considero innecesario retomar esa tarea o extenderla con una discusión sobre cuál definición es la más adecuada, así que me quedo con lo que establece la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE): “los emprendedores son aquellas personas (dueños de negocios) que buscan generar valor a través de la creación o expansión de la actividad económica, identificando y explotando nuevos productos, procesos o mercados”.

El Reporte Nacional 2015 México elaborado por el GEM explica que “en México, el 45% de la población adulta asegura percibir oportunidades para iniciar un negocio, el 46% considera que tiene las capacidades para hacerlo. Sin embargo, únicamente el 19% tiene intenciones de iniciar un negocio en los próximos tres años. La diferencia puede estar influenciada de manera importante por el hecho de que el 36% de los mexicanos dicen tener miedo al fracaso”.

Un emprendedor busca identificar potenciales oportunidades y al hacerlo, asume un riesgo. El miedo al fracaso está relacionado con el miedo al cambio, a enfrentarse con lo desconocido. Y este temor por lo visto ha ido en aumento entre los mexicanos si comparamos los datos del reporte de 2010 en donde el miedo a emprender era del 33% de los adultos. Un 65% se consideraban con las capacidades para emprender y un 29% eran los motivados para participar en la actividad empresarial.

Curiosamente desde ese mismo año 2010 la Tasa Total de Emprendimiento subió del 10 al 27% en 2015, es decir, como apunta el GEM nuestra actividad emprendedora es creciente en este país, pero mucho emprendimiento mezclado con inseguridad personal y miedo al fracaso nos da un resultado poco deseable: en 2010 el 3.1% de la población adulta dejó de operar un negocio propio en el último año, en 2015 fue el 4.9%.

De nueva cuenta se confirma que la iniciativa (emprendimiento) debe ir acompañada de la determinación (seguimiento y continuidad). Y de paso, mi percepción personal es que en México somos excelentes seguidores de todo lo que se pueda seguir aunque no sepamos a ciencia cierta por qué lo seguimos. México ocupa el tercer lugar a nivel mundial de consumo de video en YouTube, el quinto lugar en usuarios de Facebook y el cuarto lugar en el uso de WhatsApp.


Desde antes de 2010 en nuestro país se ha intensificado la promoción del emprendimiento no como una verdadera vocación sino como una necesidad ante situaciones de desempleo o empleos en condiciones desfavorables. Primero Pepe y Toño y luego Ana y Mary desde 2011 invitan también al emprendimiento de forma muy motivadora, con “casos de éxito” y mucha publicidad masiva pero sin especificar clara y detalladamente el “cómo”, el “por qué” y el “para qué” emprender. Debemos asumir que comenzar una empresa implica conservarla y mejor aún, hacer que crezca. Eso lo veremos en una futura publicación, mientras tanto, deja en ésta tu comentario. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

Iniciativa y determinación empresariales

Todos tenemos iniciativa ¿cierto? Y por supuesto algunos la desarrollan a niveles que rozan la excelencia. En términos sencillos, la iniciativa es un adjetivo que nos indica que algo se comienza, es el principio de innumerables de proyectos, tareas, viajes y sobre todo, ideas. Incluso se le atribuye un gran valor a esta característica si hablamos de recursos humanos y lo que se espera de ellos.

Cuando una empresa solicita candidatos para cubrir alguna vacante, además de pedir que los mismos cuenten con determinado nivel académico, cierto rango de edad y conocimientos y habilidades sobre temas específicos, se suele incluir alguna frase del tipo “se busca persona con alto grado de iniciativa”. A estas alturas no me queda la menor duda de que este atributo tiene una enorme relevancia en el mundo empresarial y por lo tanto, en la búsqueda del factor humano más adecuado.

Si intentamos encontrar un empleo ¿verdad que durante la entrevista ponemos una enorme dosis de emoción para afirmar que nuestra iniciativa es prácticamente infinita? De hecho ¿qué candidato se atrevería a decir que no la tiene? Ninguno (eso espero). El problema en las empresas es que le hemos dado demasiada importancia a la iniciativa como si con solo poseerla, automáticamente tuviese la fuerza de realizar grandes acciones, y nos hemos olvidado por completo de que su verdadera esencia solo se refiere a comenzar, a impulsar.

Lo opuesto del impulso es la pasividad, la apatía, la dejadez, la falta de energía. Y curiosamente una gran cantidad de personas con iniciativa cuentan también con esas otras “cualidades”. Antes de que vayas a acusarme de hacer afirmaciones contradictorias, te diré que desafortunadamente la sola iniciativa no es garantía de algo positivo sino de algo bastante común y por lo tanto, sin mérito.

Todo el mundo tiene iniciativa, todo el mundo tiene ideas brillantes, todo el mundo comienza proyectos… pero pocos, muy pocos los terminan. Esta es la parte triste de la historia. Comenzar un curso de idiomas, comenzar a arreglar el jardín, comenzar un libro, comenzar una relación o incluso comenzar un matrimonio es algo que casi todas las personas podemos hacer ya que contamos con iniciativa, pero un gran porcentaje de ellas desiste a lo largo del camino. Se les termina la energía o les llega la pasividad por decirlo de alguna manera.

Preguntarnos los motivos de esta actitud puede convertirse en un callejón sin salida porque seguramente existen tantas explicaciones como personas que la viven. Y no nos aportaría gran beneficio. Mejor te propongo que asumamos que la iniciativa no debe existir en solitario sino acompañada de la determinación. Sí, después de iniciar debemos continuar, hacer que algo ocurra o que nos comportemos de un modo determinado.

¿Y por qué no hacemos que algo ocurra hoy mismo? Seguramente en estos momentos tienes en mente algunos proyectos inconclusos que comenzaste en un arrebato de iniciativa, pero que con el paso de las semanas, meses o años han pasado al baúl de los recuerdos. ¿Y si los rescatas? No tienen porqué ser varios, con uno solo bastaría. Solo elige el menos complicado o el más sencillo, como quieras verlo.


¿Cuál fue el motivo para detener ese proyecto? ¿Falta de dinero, de tiempo o de interés? ¿Por qué no hacer una lista de los beneficios que obtendría tu empresa si se termina el proyecto? Tal vez en el pasado no era el momento propicio y hoy sí lo es. Anímate. Abre ese baúl, desempolva ese viejo proyecto (iniciativa) y échalo a andar poco a poco, sin prisa pero con la determinación de que no se volverá a detener. Y no te detengas para hacer tus comentarios. 

martes, 13 de diciembre de 2016

Las ventas no son lo más importante

¡¿Cómo?! No pienses amigo lector que mi afirmación se debe a que estoy atravesando por una crisis existencial o sufriendo los efectos del síndrome de abstinencia y que estoy en medio de un episodio de delírium trémens que me impide ver la realidad. Al contrario, estoy precisamente ubicando a la actividad de las ventas en el espacio que le corresponde dentro del quehacer empresarial.

A lo largo de mis intervenciones como consultor en diferentes tipos y tamaños de empresas, es común escuchar que el responsable de vender afirme que “Ventas es el área más importante de una empresa porque gracias a ésta ingresa el dinero necesario para que la empresa funcione”. Y luego viene una réplica similar diciendo que “para vender un producto es indispensable que se fabrique a la perfección, por lo tanto Ventas depende completamente de Producción”.

En este punto, llega el corolario “si Administración no le cobrara al cliente ni aplicara sus oficios financieros para poder comprar las materias primas, no habría fabricación ni venta”. ¿Quién tiene la razón? Todos, y ninguno. Cada una de las áreas aporta su especialidad para el buen funcionamiento de una empresa, pero cuando alguna falla, las otras soportan el peso de su ausencia y la empresa sale adelante, no de una manera óptima pero suficiente al menos.

Lo que deben entender los responsables de cada actividad dentro de una empresa, y muy particularmente el dueño de la misma, es que la empresa es un todo, un sistema, un conjunto de cosas (y personas) interconectados entre sí que solo uniendo sus esfuerzos pueden lograr el objetivo del grupo. Y mejor aún, el papel que cada actor juega dentro de la empresa no se limita al momento de comprar materia prima, fabricar el producto o venderlo a un cliente sino que su participación se requiere mucho antes.

Administración no solo gestiona los recursos financieros para realizar las compras sino que cuida el reemplazo de las máquinas cuando ya no dan para más, paga los salarios de quienes producen y quienes venden y verifica que se cumpla con los lineamientos establecidos por la autoridad (licencias, impuestos, condiciones laborales).

Producción tiene que administrar los espacios de almacenaje, calcular las cantidades a utilizar de cada materia prima, cuidar que los procesos de fabricación se apegan a los estándares establecidos, suplir oportunamente los puestos de quienes no se presentan a laborar, corregir las fallas o defectos en el producto final e incluso echar mano de la creatividad cuando un ingrediente no cumple con las especificaciones necesarias y la entrega del producto al cliente es inminente.

¿Y Ventas? Pues necesariamente y por anticipado tiene que preparar una agenda de visitas a clientes actuales o potenciales, analizar a quienes se les debe atender con prioridad porque se les vende bien (o quizás porque se les vende mal), determinar si los productos siguen vendiéndose de forma constante o hay que diseñar una nueva estrategia, investigar en la calle qué está haciendo la competencia y también qué es lo que está demandando el mercado.

¿Verdad que todas las áreas son importantes? Sin embargo me atrevo a afirmar con fuerza que sí existe un área imprescindible y que carecer de ella puede llevar a una empresa a su ruina: la Dirección. Y con mucha mayor razón si este puesto es ocupado por el dueño. Todas las áreas de una empresa son importantes pero la responsable de vigilarlas, dirigirlas, motivarlas, sancionarlas y cohesionarlas es Dirección.



¿Cómo se debe dirigir una empresa? Ese es un tema interesantísimo que abordaremos en otro post, mientras tanto tus comentarios a éste se agradecen. 

viernes, 9 de diciembre de 2016

¿Miedo al fracaso, al éxito o a intentarlo?

En este espacio ya hemos abordado el tema del fracaso y cómo el vivirlo (o sufrirlo) puede servirnos de elemento “motivador” para salir adelante en nuestros empredimientos. Incluso hay propuestas interesantes (ojo, solo interesantes) que lo llevan a niveles literalmente “institucionales” cuando vemos por ejemplo la creación del Instituto del Fracaso.

Es común también escuchar afirmaciones del tipo “miedo al fracaso” o su contraparte “miedo al éxito”, y ambas reafirman la angustia que se sufre ante el riesgo de sufrir un daño, en la mayoría de los casos solo imaginario. Existe otro tipo de miedo muy similar pero me parece de una mayor complejidad: el miedo al cambio. Lo complejo se deriva de que simple y llanamente se elige mantener las cosas como están de manera permanente sin la menor posibilidad de modificación. En otras palabras, nos mantenemos en nuestra zona de confort.

Al realizar mis actividades cotidianas en el tema emprendedor, lo que me he encontrado ha sido el miedo, sí, pero ‘antes de’ y no ‘después de’. El espíritu del emprendimiento vive dentro de la mente de algunas personas en un permanente análisis del futuro: “cuando por fin vaya a iniciar mi empresa…”, “ya que comience la producción”, “el día que reciba el préstamo entonces…”, “iremos creciendo poco a poco”, “si todo marcha bien…”.

Se trata de un temor por el posible resultado mucho antes de comenzar a actuar, de manera similar a esas abuelas que deciden no ir al doctor por temor a que les diagnostique alguna enfermedad, y si ésta es incurable, mucho peor. Ante formas de pensar tan catastrofistas, no deberían extrañarnos las cifras de muertes por enfermedades que no se detectaron oportunamente y que pudieron haberse evitado, pero el miedo al diagnóstico lleva la delantera.

Me parece que ese temor a lo futuro aunque sea incierto, podría llamarse “terribilitis”, término acuñado por el español Rafael Santandreu y que lo define como la tendencia a decirse que cualquier adversidad es terrible, aunque para este autor solo puede ser terrible no poder dormir, comer o beber y sugiere aprender a no terribilizar sobre situaciones cotidianas: perder un tren, entregar una tarea a tiempo, ser puntual, hacer las cosas bien en el trabajo…

Y yo agrego por supuesto que debemos aprender a no terribilizar por emprender ya que el emprendimiento es precisamente una situación cotidiana y no extraordinaria como mucha gente lo cree. Hay doctores, arquitectos, vigilantes, policías, políticos, maestros y empresarios. Todas las personas elegimos una actividad preponderante y quizás rutinaria, pero es finalmente una elección y como tal, cambiable.


¿No me gustó el emprendimiento que inicié? Cambiaré de giro. ¿No tengo los ingresos que esperaba? Buscaré otra estrategia. ¿Las ventas van a la baja? Es tiempo de innovar. Espero que hayas notado que la posibilidad de cambio es ‘después de’ actuar, no antes. La única manera en la que podría yo sentir verdadero temor por lo que puede ocurrir, sería si fuese capaz de leer el futuro, no solo de imaginarlo. 

Y si soy capaz de imaginar que mi empresa puede fallar, entonces puedo imaginar que va a funcionar. Ambas opciones tienen las mismas posibilidades de ocurrir. Y creo en la posibilidad de que opines sobre este post. 

martes, 6 de diciembre de 2016

Entre lo posible y lo probable

La historia del ser humano, al menos la que se consigna en libros, contiene  relatos casi fantásticos de hombres y mujeres soñadores que con su determinación trascendieron a su época dejando para la posteridad su legado de conocimiento y logro, o quizás de necedad y fracaso, pero legado al fin.

Los emprendedores (actuales y de antaño) utilizan a esos héroes como ejemplo de vida para forjar sus propios sueños y trazarse metas, que aun cuando buscan emular esas grandes hazañas, desafortunadamente en la mayoría de los casos construyen castillos en el aire que al intentar llevarlos a la realidad solo consiguen frustración, desánimo y alguna pérdida económica.

¿Es posible crear una empresa como Google, Uber, Coca-Cola o Microsoft? Sí, por supuesto. ¿Es probable que suceda? Sí, pero dicha probabilidad es brutalmente pequeña. Después de todo, por eso existen un solo Google, Uber, Coca-Cola o Microsoft. Es cierto que hay otras empresas similares (llamémosles competencia) en sus respectivas industrias pero no superan la docena, es decir, nuevamente las estadísticas nos hablan de muy pocos actores.

Pero amigo lector, antes de que vayas a concluir que estás leyendo los lamentos de un pesimista empedernido, te pido un poco de paciencia pues en realidad lo que busco es completamente lo opuesto: contribuir a la creación de buenas empresas siempre y cuando sus dueños sean ante todo, realistas.

Por eso el título de este post. En el mundo real, y más específicamente en los negocios reales, no basta con tener una prodigiosa una idea de negocio innovadora para alcanzar la gloria, o al menos un éxito medianamente satisfactorio. Sí, todo comienza con una idea pero debe secundarse con prototipos, análisis rigurosos del mercado, propuestas de valor rentables, gestión del negocio adecuada, finanzas saludables, clientes fieles y una comunicación impecable con nuestros colaboradores, por lo menos.

Recordemos la famosa Plegaria de la Serenidad del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr (atribuida erróneamente a San Francisco de Asís o al Grupo de Alcohólicos Anónimos entre otros): “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”. Más allá de asuntos religiosos, me parece que este verso abona a la temática inicial pues nos habla de lo posible (lo que podemos cambiar) y lo probable (lo que somos capaces de cambiar).

Cuando diseñes tu empresa, no lo hagas con el objetivo de alcanzar las estrellas (ninguna de las empresas mencionadas lo hizo) porque si no lo logras (cosa muy probable) seguramente querrás desistir. Es mejor que te propongas metas más alcanzables y cuando lo logres, plantéate nuevas metas. Te aseguro que llegarás más lejos de lo que hoy te imaginas. 

El adjetivo mismo, “posible”, se define como que puede ser o suceder y lo “probable” se funda en razón prudente (prudencia no es sinónimo de temor o de inacción sino de minimizar el riesgo). Para tener una empresa original, forzosamente se necesita de un empresario que también lo sea. Es difícil calcular la probabilidad de crear otro Google pero ya tenemos la cifra que calcula la probabilidad de que cada uno de nosotros naciéramos tal y como somos.


Esta cifra es prácticamente cero pero más que desalentarnos, nos deberíamos emocionar porque implica que somos un milagro en el Universo. El autor del cálculo, Ali Binazir, nos aconseja también: “Un milagro es un evento tan improbable que resulta casi imposible que suceda. Ahora ve y siente y actúa como el milagro que eres”. Y espero que no sea un milagro que opines sobre este post.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Los pasos para iniciar una empresa

Hoy, como casi todos los días, me invitaron un café tres jóvenes emprendedores graduados en ingeniería para exponerme su proyecto de emprendimiento y a cambio, yo les plantearía algunas recomendaciones (es oportuno aclarar que mis honorarios por asesoría para los nuevos empresarios se cubren así, obsequiándome una taza de esta aromática y estimulante infusión).

Estas reuniones informales regularmente transcurren alrededor de una fabulosa, única y genial idea de negocio poco aterrizada pero eso sí, con una enorme dosis de pasión e ilusión de parte de los emprendedores. Desde que comencé a ofrecer mi tiempo a los nuevos empresarios, me propuse que mi papel y consejo siempre sean imparciales, objetivos y ante todo, honestos. Y en favor de la honestidad, procuro ser además directo. 
   
Con estos jóvenes quedé gratamente sorprendido porque su propuesta ya había pasado de una gran idea a la siguiente etapa: lleva tres meses de estar constituida su empresa ante notario público, ya tienen un contador y están presentando sus declaraciones de impuestos a la Secretaría de Hacienda. Claro, aún falta que esta empresa afine un “pequeño” detalle: vender.

Como reza el viejo refrán, lo cortés no quita lo valiente. Los emprendedores en cuestión se llevaron consigo algunos consejos muy puntuales sobre lo que podrían hacer para lograr ventas pero ante todo para organizarse primero, y después vender. Ése es el orden. Con menos entusiasmo que al inicio pero con mayor determinación, el grupo me aseguró que muy pronto nos volveremos a reunir ante un capuchino, alto, descafeinado y wet para revisar avances, y estoy seguro de que así será.

Yo permanecí unos minutos más en la cafetería en tanto terminaba con mi bebida y reflexionando sobre lo que desafortunadamente ocurre en los campus universitarios al asesorar de forma superficial a los estudiantes. Me explico.  Hace 25 o 30 años cuando se mencionaba la palabra emprendedor, era inevitable pensar en Henry Ford, Bill Gates o Steve Jobs (sí, ya sé que hoy es igual) como ejemplos vivientes de lo que se puede alcanzar con determinación (y un buen inversionista por supuesto).

Lo que también se ha consolidado con el tiempo es la percepción de que el verdadero emprendedor es capaz de introducir innovaciones que modifican profundamente algún área económica o la sociedad entera. Una enorme responsabilidad depositada en los hombros de un joven o jóvenes mexicanos que no cuentan con dinero, con una buena orientación y menos aún, con un inversionista.   

En la actualidad, las escuelas (a diferencia de lo que ocurría en los 80’s) proporcionan a los jóvenes enormes cantidades de información relacionada con el emprendimiento y la gestión empresarial. Es bastante común que un universitario pueda mencionar autores como Drucker, Kotler, Peters, Kaplan, Norton y más recientemente Osterwalder. La información está presente pero no así el análisis y la profundidad sobre estos temas obteniendo como resultado la ya mencionada pasión pero poca objetividad en los proyectos empresariales.

Gracias a esto, si se me permite el atrevimiento, hoy se está viviendo una especie de furor entre los jóvenes por el emprendimiento, muy similar al que vivieron sus contemporáneos en los 40’s por convertirse en científicos para seguir los pasos del ídolo del momento: Albert Einstein. Se persigue al personaje y no necesariamente a su obra. Los medios de comunicación, las aulas de clase, los políticos y los amigos cercanos promueven un ideal emprendedor sin entender cabalmente ni asumir todo lo que implica crear una empresa. Y ojalá que asumas opinar sobre este post.