Hoy, como casi todos los días, me
invitaron un café tres jóvenes emprendedores graduados en ingeniería para exponerme
su proyecto de emprendimiento y a cambio, yo les plantearía algunas
recomendaciones (es oportuno aclarar que mis honorarios por asesoría para los
nuevos empresarios se cubren así, obsequiándome una taza de esta aromática y
estimulante infusión).
Estas reuniones informales
regularmente transcurren alrededor de una fabulosa, única y genial idea de
negocio poco aterrizada pero eso sí, con una enorme dosis de pasión e ilusión
de parte de los emprendedores. Desde que comencé a ofrecer mi tiempo a los
nuevos empresarios, me propuse que mi papel y consejo siempre sean imparciales,
objetivos y ante todo, honestos. Y en favor de la honestidad, procuro ser
además directo.
Con estos jóvenes quedé gratamente sorprendido
porque su propuesta ya había pasado de una gran idea a la siguiente etapa:
lleva tres meses de estar constituida su empresa ante notario público, ya
tienen un contador y están presentando sus declaraciones de impuestos a la
Secretaría de Hacienda. Claro, aún falta que esta empresa afine un “pequeño” detalle:
vender.
Como reza el viejo refrán, lo cortés
no quita lo valiente. Los emprendedores en cuestión se llevaron consigo algunos
consejos muy puntuales sobre lo que podrían hacer para lograr ventas pero ante
todo para organizarse primero, y después vender. Ése es el orden. Con menos
entusiasmo que al inicio pero con mayor determinación, el grupo me aseguró que muy
pronto nos volveremos a reunir ante un capuchino, alto, descafeinado y wet para revisar avances, y estoy seguro
de que así será.
Yo permanecí unos minutos más en la
cafetería en tanto terminaba con mi bebida y reflexionando sobre lo que
desafortunadamente ocurre en los campus universitarios al asesorar de forma
superficial a los estudiantes. Me explico. Hace 25 o 30 años cuando se mencionaba la
palabra emprendedor, era inevitable pensar en Henry Ford, Bill Gates o Steve
Jobs (sí, ya sé que hoy es igual) como ejemplos vivientes de lo que se puede
alcanzar con determinación (y un buen inversionista por supuesto).
Lo que también se ha consolidado con
el tiempo es la percepción de que el verdadero emprendedor es capaz de introducir
innovaciones que modifican profundamente algún área económica o la sociedad
entera.
Una enorme responsabilidad depositada en los hombros de un joven o jóvenes
mexicanos que no cuentan con dinero, con una buena orientación y menos aún, con
un inversionista.
En la actualidad, las escuelas (a
diferencia de lo que ocurría en los 80’s) proporcionan a los jóvenes enormes
cantidades de información relacionada con el emprendimiento y la gestión
empresarial. Es bastante común que un universitario pueda mencionar autores
como Drucker, Kotler, Peters, Kaplan, Norton y más recientemente Osterwalder. La
información está presente pero no así el análisis y la profundidad sobre estos
temas obteniendo como resultado la ya mencionada pasión pero poca objetividad
en los proyectos empresariales.
Gracias a esto, si se me permite el
atrevimiento, hoy se está viviendo una especie de furor entre los jóvenes por
el emprendimiento, muy similar al que vivieron sus contemporáneos en los 40’s por
convertirse en científicos para seguir los pasos del ídolo del momento: Albert
Einstein. Se persigue al personaje y no necesariamente a su obra. Los medios de
comunicación, las aulas de clase, los políticos y los amigos cercanos promueven
un ideal emprendedor sin entender cabalmente ni asumir todo lo que implica
crear una empresa. Y ojalá que asumas opinar sobre este post.
No hay comentarios:
Publicar un comentario