Todos tenemos iniciativa ¿cierto? Y
por supuesto algunos la desarrollan a niveles que rozan la excelencia. En
términos sencillos, la iniciativa es un adjetivo que nos indica que
algo se comienza, es el principio de innumerables de proyectos, tareas, viajes
y sobre todo, ideas. Incluso se le atribuye un gran valor a esta característica
si hablamos de recursos humanos y lo que se espera de ellos.
Cuando una empresa solicita candidatos
para cubrir alguna vacante, además de pedir que los mismos cuenten con
determinado nivel académico, cierto rango de edad y conocimientos y habilidades
sobre temas específicos, se suele incluir alguna frase del tipo “se busca
persona con alto grado de iniciativa”. A estas alturas no me queda la menor
duda de que este atributo tiene una enorme relevancia en el mundo empresarial y
por lo tanto, en la búsqueda del factor
humano más adecuado.
Si intentamos encontrar un empleo
¿verdad que durante la entrevista ponemos una enorme dosis de emoción para
afirmar que nuestra iniciativa es
prácticamente infinita? De hecho ¿qué candidato se atrevería a decir que no la tiene?
Ninguno (eso espero). El problema en las empresas es que le hemos dado
demasiada importancia a la iniciativa como si con solo poseerla,
automáticamente tuviese la fuerza de realizar grandes acciones, y nos hemos
olvidado por completo de que su verdadera esencia solo se refiere a comenzar, a
impulsar.
Lo opuesto del impulso es la pasividad, la apatía, la dejadez, la falta de
energía. Y curiosamente una gran cantidad de personas con iniciativa cuentan también con esas otras “cualidades”. Antes
de que vayas a acusarme de hacer afirmaciones contradictorias, te diré que desafortunadamente la sola iniciativa no es
garantía de algo positivo sino de algo bastante común y por lo tanto, sin
mérito.
Todo el mundo tiene iniciativa, todo
el mundo tiene ideas brillantes, todo el mundo comienza proyectos… pero pocos,
muy pocos los terminan. Esta es la parte triste de la historia. Comenzar un
curso de idiomas, comenzar a arreglar el jardín, comenzar un libro, comenzar
una relación o incluso comenzar un matrimonio es algo que casi todas las
personas podemos hacer ya que contamos con iniciativa, pero un gran porcentaje de
ellas desiste a lo largo del camino. Se les termina la energía o les llega la pasividad por decirlo de alguna manera.
Preguntarnos los motivos de esta
actitud puede convertirse en un callejón sin salida porque seguramente existen
tantas explicaciones como personas que la viven. Y no nos aportaría gran
beneficio. Mejor te propongo que asumamos que la iniciativa no debe existir en
solitario sino acompañada de la determinación.
Sí, después de iniciar debemos continuar, hacer que algo ocurra o que nos comportemos de un
modo determinado.
¿Y por qué no hacemos que algo ocurra hoy
mismo? Seguramente en estos momentos tienes en mente algunos proyectos
inconclusos que comenzaste en un arrebato de iniciativa, pero que con el paso
de las semanas, meses o años han pasado al baúl de los recuerdos. ¿Y si los
rescatas? No tienen porqué ser varios, con uno solo bastaría. Solo elige el
menos complicado o el más sencillo, como quieras verlo.
¿Cuál fue el motivo para detener ese proyecto?
¿Falta de dinero, de tiempo o de interés? ¿Por qué no hacer una lista de los
beneficios que obtendría tu empresa si se termina el proyecto? Tal vez en el
pasado no era el momento propicio y hoy sí lo es. Anímate. Abre ese baúl,
desempolva ese viejo proyecto (iniciativa) y échalo a andar poco a poco, sin
prisa pero con la determinación de que no se volverá a detener. Y no te
detengas para hacer tus comentarios.
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