Cuando comenzamos nuestro primer emprendimiento,
es casi inevitable llegar a convencernos de que nuestro producto (aplica igual
para un servicio) es simple y llanamente perfecto
y que por fin el mundo entero podrá disfrutar de sus inigualables bondades (“¿Por qué me tardé tanto en poner en práctica
mi idea?”). ¡Qué desperdicio de tiempo! ¿Verdad?
Tal es su perfección (del producto,
claro está), que también estamos seguros de que la demanda en el mercado será
enorme (“espero que tengamos en el
almacén existencia suficiente”) y nuestra empresa comenzará un camino
exitoso equiparable al de cualquiera de las marcas más reconocidas.
Ahora solo falta dar el siguiente paso,
un “simple trámite”: vender. ¿Esto representa algún problema? Para nada. ¿Quién
se negaría a comprar el producto perfecto? Solamente los despistados y los ignorantes de la existencia de nuestra
maravilla no lo harían. ¿El precio? Tampoco será un inconveniente, la gente
paga lo que sea necesario cuando se trata de calidad.
Aquí termina la primera parte del
cuento de hadas sobre ese primer emprendimiento, y comienza el recorrido por el
bosque tenebroso en donde habitan seres maliciosos que esperan agazapados el
momento de crearnos problemas. Aunque hay personas carentes de un sentido de la
fantasía que prefieren afirmar que más bien chocamos de frente con la cruda
realidad. ¿Por qué?
Porque a pesar de los excelentes
comentarios recibidos de amigos, parientes, early adopters, miles de likes y personas bienintencionadas (“tu producto es fantástico”, “oye ¡por fin te animaste!”, “deberías venderlo más caro”) las ventas
no repuntan sino al contrario, parecen estarse extinguiendo.
Entonces ¿cuál fue la falla? Digamos
que influyeron en el resultado varios factores pero mencionemos solo dos. La
prisa, la urgencia por vender que nos impide detenernos un poco a reflexionar
sobre lo que estamos haciendo (fabricando, ofreciendo, promoviendo) para
validar si efectivamente el mercado lo aceptará. Y el exceso de optimismo de
nuestra parte al ver las cifras de comentarios positivos, likes y visitas a nuestro
sitio, nuestras redes o nuestra tienda física.
Recordemos que durante la burbuja de
las empresas
punto com ocurrida en el 2000, los capitalistas de riesgo aprendieron
de la manera más difícil que un sitio Web puede recibir literalmente millones
de visitas y no vender gran cosa. En resumidas cuentas el error que cometemos
al emprender tiene que ver con adelantar conclusiones.
Algunos autores de sobra conocidos
como Eric Ries, Alexander Osterwalder y Steve Blank nos han insistido en que
antes de lanzar un producto al mercado, y por lo tanto, antes de pasarlo a la
cadena de producción, lo estructuremos como un Producto Mínimo Viable
(PVM)
para que podamos sensibilizarnos de lo que los clientes potenciales opinan de
él, es decir, proponen que aprendamos del producto.
Debes asumir amigo emprendedor, que un
producto por sí mismo no tienen ningún valor. El valor lo adquiere cuando va acompañado
de un buen servicio, entendiendo éste como el equipo humano involucrado en la
fabricación y entrega del producto, la atención que se brinda después de la
compra (garantía, fidelización, soporte técnico) y el contacto permanente con
el cliente para informarle sobre actualizaciones o nuevas propuestas. Así que te
propongo agregar valor comentando este post.
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