En la película “La familia del futuro” (conocida como “Descubriendo a los Robinsons” en España), una escena divertida y a
la vez extraña para algunos transcurre cuando el jovencito Lewis durante una
cena en su viaje al futuro, intenta reparar de su atasco a una máquina que
suministra crema de maní y jalea sin conseguirlo. Apenado, triste y consternado
pide disculpas a los presentes recibiendo a cambio un grito a coro: “¡Así se
falla!” entre elogios y exclamaciones de alegría.
La señora de la casa (que en realidad
será su esposa cuando él sea mayor) pide un brindis explicando que: ”Hay que
celebrar todos con Lewis su magnífico fracaso, para que lo guíe al éxito en el
futuro”. Me parece una forma muy adecuada –y afortunada– de explicar la
relevancia de fracasar y de lo trascendente que es poner a prueba nuestras
teorías y confrontarlas con la realidad para descubrir mejores caminos. La práctica
es la mejor vía para la innovación.
Se dice insistentemente y con enorme
convicción que se aprende de los errores. Confucio sentenció que “cometer un
error y no corregirlo es otro error”. ¿Entendemos claramente cómo se aprende de
los errores? Me temo que no lo suficiente. Cuando nos equivocamos deberíamos
comenzar por aceptar nuestro fallo (“nuestro”, no de otro u otros) y a
partir de ahí reflexionar detenidamente sobre la serie de decisiones y acciones
que nos llevaron errar, es decir, encontrar la causa raíz de la falla.
Una técnica sencilla que nos ayuda a
encontrar la causa raíz, lleva más de 100 años aplicándose en la industria
automotriz japonesa y se conoce como “Los
5 ¿Por qué?”. Fue creada por el inventor e industrial Sakichi Toyoda (sí, el fundador de la
empresa Toyota) y consiste básicamente en preguntar cinco veces ¿por qué? cuando se nos presente algún problema para encontrar la verdadera causa del
mismo.
Regresando a nuestro aprendizaje por los errores cometidos, éste
nunca llegará si en lugar de reflexionar sobre las causas solo nos esforzamos
por justificar nuestros actos y convencernos de que somos víctimas de las
circunstancias. Desafortunadamente en el ámbito empresarial esta victimización
de los dueños de empresa es recurrente. ¿Quién no ha escuchado frases como “mi empresa fracasó por
culpa del gobierno”, “pagaría con gusto mis impuestos si fueran utilizados
de forma adecuada”, “cómo quieren mis empleados que les pague mejores salarios
si no ponen de su parte”…?
Ser empresario tiene su gracia –por
eso hay tan pocos– y también tiene su precio. En términos sencillos solo uno de
cada diez emprendimientos sobrevive más allá de 10 años y para conseguirlo se
debe trabajar con verdadero empeño, lo que genera una enorme presión en el
estado anímico de los dueños de empresa. ¿Necesita el empresario acudir con
el terapeuta para reducir el estrés o la depresión empresarial? Tal vez no estaría mal hacerlo, sobre todo
si asumimos que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) la depresión afecta al
5 por ciento de la población adulta.
Pero antes de buscar ayuda
profesional, como buenos autodidactas (léase empresarios), comencemos a hacer
nuestra tarea tratando de encontrar la o las causas por las que podríamos sentirnos
deprimidos en nuestra empresa y tal vez nos ahorremos la visita al desván. Y no
te ahorres tus comentarios para este post.
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